Pero, y por el momento, aún sigo escribiendo cuentos. Creo que es algo triste, pues refleja el estado anímico en que estuve hace unos días. Además, tomando en cuenta la fecha (hallowen) que se avecina, creo que sería lindo dar una leída a un cuento algo triste. No, no es nada de terror o esas cosas por el estilo, aún no he probado ir por ese género. Pero sí es algo melancólico. ¿Qué me dicen?
¿Están preparados para comenzar una nueva lectura? Entonces... allá vamos!!!
Luz y oscuridad
Para A.J. de N.V.
Para todo aquel que se haya olvidado de ver lo esencial.
El hombre caminaba lentamente por las oscuras y grises calles de Nueva York. La vida le parecía hueca y sin sentido alguno, una profunda amargura le invadía y le impedía pensar con claridad.
La desesperanza se adueñaba de su ser, no podía ser feliz, no podía vislumbrar un rayo de luz entre la fría niebla.
No veía la luz del mundo… hacía tiempo que había dejado de verla. Desde su antiguo fracaso, desde que su vida había dado un giro de ciento ochenta grados. Ahora todo era negro y sombrío, no veía la luz del mundo. Todo lo observaba bajo las tinieblas y sufría.
“Ya no hay luz en este mundo”, se decía, “ya se perdió todo. Nadie… nada…”.
Las farolas titilaban con poca energía, y ofrecían un tenue alo de luz que generaba un círculo de penumbras. El juego entre las débiles luces y las sombras era hechizante.
Seguía triste, seguía sin sentir felicidad.
Caminó unos metros y se encontró con un horrendo espectáculo: un joven, no mayor de dieciséis años, golpeaba cruelmente a otro niño. Un trueno resonó, el cielo nocturno se rasgó por un rayo que iluminó la escena.
El hombre vio la cara del pequeño en el suelo, y supo que no podía quedarse sin hacer nada…
—¡Oye tú! —gritó mientras se dirigía en dirección al joven— ¡déjalo ya!
—¿Y si no lo hago, qué harás? —preguntó jactancioso el adolescente.
El sujeto se encorvó un poco y siguió caminando. Iba resuelto, no tenía miedo. Sabía que debía hacer eso, y debía hacerlo ahora. “No importa que carezca de defensa”, pensó, “debo hacerlo sin vacilar, es lo correcto”. Se puso en frente del muchacho y se irguió cuán alto era. Su aspecto con su sombrero polvoriento, su bufanda gris y su raído gabán era imponente. Parecía una sombra negra acechante en la oscuridad de la noche.
—Si no lo dejas —respondió— no vacilaré un solo instante en dejarte en peores condiciones.
—¿Tú y cuántos más? —rió arrogante el chaval.
El hombre sintió que la cólera lo llenaba por dentro, inhaló el aire fuertemente en un fallido intento por serenarse. Su sangre se cargó de adrenalina y, en un brusco movimiento, tomó al mozalbete por el cuello de la chaqueta.
Lo levantó por los aires y lo llevó contra la pared. Lo estampó bruscamente en el muro de ladrillo y acercó su rostro, tanto, que sus narices se rozaban.
El hombre abrió la boca y el otro sintió el aroma a alcohol:
—Será mejor —dijo el sujeto del gabán mientras temblaba y miraba con furia al muchacho—, que no te metas más con él. Si vuelvo a verte en las andadas, no responderé de mis acciones y te prometo que no la pasarás bien, ¿entendido?
El adolescente miró hacia uno y otro lado; parecía buscar alguna ayuda invisible. “Un ratón enjaulado”, pensó con amargura. “NO”, se corrigió, “una rata enjaulada, sólo eso es. Una inmunda rata cobarde y rastrera”.
El joven respiraba agitadamente, miró con temor la alta figura del hombre y tartamudeó:
—En- ent- enten- entendid…
—…¿¡Entendido!? —repitió mientras zarandeaba bruscamente al muchacho.
—Entendido —dijo, con más resolución que antes.
—¿Entendido, qué?
—Entendido, señor —repuso con un hilo de voz.
El sujeto asintió y lo dejó en el piso. Le reiteró su amenaza y le dirigió una furibunda mirada con sus ojos grises. El muchacho, cual hiena carroñera, salió huyendo despavorido.
El hombre fue junto al niño, seguía inerte en el suelo. Por lo visto estaba mal herido, tenía algunas magulladuras en el rostro, y el labio le sangraba.
—¿Te sientes bien? —preguntó.
El pequeño no contestó, sólo se limitó a gemir un poco. Lo tomó entre sus brazos, le apartó el pelo de la cara y pudo apreciar su estado. Si bien estaba en malas condiciones, no había sufrido grandes daños (al menos a simple vista).
Sabía que lo más lógico en esas circunstancias era llevar al niño a un hospital. Volvió a oír un trueno en el cielo, sintió una ráfaga de aire helado, vio un nuevo relámpago. Supo que debía hacerlo. Dejar al niño allí equivaldría a haberlo dejado en manos del rufián.
Volvió la cabeza en ambas direcciones, y se encaminó al hospital más cercano que conocía.
Seguía sin ver la luz en el mundo…
Fin.
Sir Nícolas Vásquez de Aragón.
Como siempre, se esperan críticas, comentarios y consejos para seguir creciendo. ¡Que lo disfruten!
Nuevamente, feliz Hallowen, feliz día de los Santos, y será hasta que el universo nos vuelva a juntar en busca de más conocimientos.
P.S. Como siempre, si alguien quiere que algún cuento, obra, reflexión, ensayo, etc. sea publicado aquí, y si considera que puede encajar con el estilo del salón, puede enviármelo a saladelestudio@gmail.com Claro, siempre se citará la fuente de donde se extrajo, y el autor de dicha obra.
P.P.S. Os reto a una pregunta... ¿en qué tiempo sitúan la historia de más arriba?